1112. L'arrest de Jesús
Aquests dies de vacances de marcat to religiós, cerco en la nostra tradició més reflexions que m'ajudin en el dia a dia, també amb l'esperança que puguin ajudar a aquelles persones que no tenen un especial interés religiós. Perquè, al final, el que importa és com desenvolupem la nostra humanitat.
Continuo, un dia més, rellegint el llibre "La Pasión en Contemplaciones de papel" del jesuita José Maria Rodríguez Olaizola: avui toca el capítol 4.
A l'olivera de Getsemaní també esdevé l'arrest de Jesús facilitat per Judes Iscariot. Olaizola ens hi acosta a través d'un criat de Caifàs que acompanya els guàrdies. Aquí un fragment:
«Judas hace una señal con la mano para que se detengan. Frente a ellos hay un hombre. Está despierto. Malco reconoce al instante a Jesús. El nazareno les está mirando. No es de extrañar que, en medio del silencio sepulcral, haya oído sus pasos y visto el resplandor que desprenden sus antorchas. Tras él hay otros tres hombres que parecen confundidos y asustados. Hay un momento de vacilación en ambos grupos. Los guardias esperan, con sus cuerpos en tensión, dispuestos a impedir cualquier intento de huida. Entonces Judas se adelanta con paso firme hasta plantarse delante de Jesús. La expresión del Iscariote parece de angustia, y el juego de sombras provocado por las antorchas da a su rostro un tinte siniestro. Pone sobre los hombros del otro sus manos y se empina para darle un beso en la mejilla. «Maestro».
Aunque lo ha dicho en un susurro, todos lo oyen. Entonces el jefe de los guardias aparta con un gesto brusco a Judas y se planta, retador, ante Jesús. «¿A quién buscáis?» pregunta el nazareno. Malco está tenso. Todos saben lo que está pasando. ¿A qué viene esta cháchara? «A Jesús, el Nazareno», responde el guardia. Jesús no parece amilanarse y contesta con una calma sorprendente: «Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos». Mientras, hace con su mano un gesto señalando a los hombres que le flanquean.
Malco no puede menos que admirar el coraje del Galileo, aunque sabe que le va a servir de muy poco.
El guardia agarra de un brazo a Jesús, y la calma tensa de un momento antes se convierte en tumulto. Varios soldados más rodean al Galileo zarandeándolo. Los hombres que acompañaban a Jesús vociferan. Uno de ellos echa a correr, alejándose. Se oyen voces desde la zona donde los otros dormían, y por un instante Malco teme que aquello se convierta en una batalla campal.
De golpe, sin saber muy bien cómo, una masa enorme se abalanza sobre él. Un brazo se cierra alrededor de su cuello. Siente una punzada dolorosa en la oreja y se lleva la mano al oído instintivamente. Nota un líquido caliente. Está sangrando. Por un instante siente pánico. Se agolpan, en un único instante, mil pensamientos en su mente. ¿Por qué no me habré mantenido en guardia? Voy a morir. No quiero morir. ¡Ayuda! Pero una voz se alza sobre el griterío con autoridad: «¡Envaina la espada!» Tres palabras que parecen congelar el tiempo. Todos se quedan quietos. Malco, temblando, siente que el brazo que le oprime el cuello afloja su presión. Ve el rostro de su agresor. Es uno de los seguidores del nazareno, que parece tan confundido y asustado como él mismo. Todos miran a Jesús. Este murmura, ya más bajo, algo así como «Ya basta». Malco está perplejo y conmovido. ¿Cómo es posible que Jesús, en lugar de provocar un choque y aprovechar para huir, haya salido en su favor? ¿Cómo es posible que se muestre dispuesto a dejarse arrestar? ¿No tiene miedo?
Vuelve la confusión. Los hombres que acompañaban a Jesús han echado a correr, incluido su agresor. Ninguno de los soldados hace ademán de seguirles. Sus instrucciones son claras: prender al Galileo. Judas permanece a un lado, cabizbajo. Y el propio Malco difícilmente consigue dejar de temblar. Pero se da cuenta de que su herida no es grave. El grupo vuelve a andar. Ya no tienen que ocultarse, y en esta zona despoblada no les importa hacer ruido. Llevan en medio a Jesús, agarrado por varios guardias que le hacen avanzar a empellones. Parece sereno y tenso.
Malco se ha quedado rezagado. Está roto. Con un solo gesto el nazareno le ha trastocado los esquemas. Acaba de salvarle la vida. Ha hecho por él lo que nadie más habría hecho. Piensa Malco en las palabras que ha oído, como de pasada, sobre los no violentos y sobre el amor al prójimo. Dicen que esas son las enseñanzas de Jesús. Y ahora resulta que son ciertas. Al menos en él son ciertas. No me conocía, y me protegió. No me debía nada, pero intercedió por mí. Yo venía con los que le arrestaban, y él se interpuso para que no me hicieran daño, piensa Malco. Es más, se dio cuenta de lo que me estaba ocurriendo, cuando lo normal en ese momento habría sido estar centrado únicamente en sí mismo. En un instante de comprensión, se ve a sí mismo, con su capa de seguridad, de distancia e indiferencia o frialdad, y se avergüenza de haber pensado que Jesús es un ingenuo o un soñador. Al contrario, es un hombre distinto. Un hombre coherente. Un hombre que ve el mundo de otra manera. Un hombre dispuesto a complicarse la vida. Y, por primera vez en largos años, se quiebra esa capa de distancia e indiferencia que se ha vuelto para él un refugio, y un mensaje rompe su caparazón. Malco desea atarse a algo, a alguien, comprometerse, arriesgar. Mira a su vida, y lo que hasta hace horas era una seguridad incuestionable se le presenta vacío.
Camina tras el grupo. Los guardias parecen contentos, con esa alegría de los matones cuando se sienten, por un instante, poderosos ante alguien más débil y se pavonean queriendo mostrar despreocupación y camaradería. De todos modos, al adentrarse por las callejas de Jerusalén vuelven a bajar el tono. Seguramente para evitar que los habitantes de la ciudad se enteren de lo que está ocurriendo.»
També m’hi aturo en les seves reflexions posteriors:
“Es muy interesante la historia de Malco. Quizá no ocurriera exactamente como en este relato imaginado. Pero es plausible pensar en algo semejante. Un hombre que se mantiene a distancia. Que se muestra ajeno a lo que ocurre. Que lo vive desde la indiferencia. Un hombre que se parapeta tras una burbuja de frialdad o profesionalidad. Y que, sin embargo, pasa en un instante de ser espectador a ser protagonista. La perspectiva lo cambia todo.
Cuando lo que está en juego nos afecta a cada uno de nosotros, cuando toca nuestra historia, nuestra sensibilidad o nuestras preocupaciones, entonces la manera de vivirlo es muy diferente de lo que ocurre cuando dejamos que la distancia permanezca. Entonces somos protagonistas. Hay muchas áreas de nuestra vida en las que lo somos. Tienen que ver con lo que de verdad nos importa: trabajo, amigos, familia, metas por las que realmente luchamos...
Podemos ser espectadores de la fe. Mantenernos a distancia. Asumir algunas ideas sin entrar al meollo del evangelio. Elegir, con una distancia de seguridad, aquello que en determinado momento resulta interesante, sugerente o práctico. Pero eso no basta. El evangelio es una noticia que cambia la vida del revés, porque le da sentido a todo. Tiene que ver con un amor radical y absoluto. Con la pregunta por Dios, no como un concepto interesante para debatir en abstracto, sino como quien puede darle sentido a la vida. Tiene que ver con la paz, con la justicia, con la amistad, con la manera de lidiar con el sufrimiento, con lo que nos produce alegría verdadera o con el propio lugar en el mundo. Por eso, tomado en serio, nos implica de una forma absoluta. Ahora bien, esto solo es posible cuando uno renuncia a la distancia de seguridad y se atreve a dejar que la propia vida, concreta, real, aterrizada, se deje iluminar por las palabras y las propuestas de Jesús. Cuando de verdad asumimos que sus parábolas siguen hablando hoy de nuestra vida.”