1146. 50 preguntes sobre Jesús (2)
En aquest segon article recull de transcripcions del llibre «50 preguntas sobre Jesús» editat per Juan Chapa, em centro en dues preguntes que ens parlen de materials exòtics descoberts durant el segle XX: Qumran i Nag-Hammadi.
Pregunta 17. ¿Qué aportan los manuscritos de Qumrán?
El año 1947, en el Wadi Qumrán, junto al mar Muerto, aparecieron en diversas cuevas—once en total— unas jarras de barro que contenían un buen número de documentos escritos en hebreo, arameo y griego. Se sabe que fueron escritos entre el siglo II a.C. y el año 70 d.C., en que tuvo lugar la destrucción de Jerusalén. Se han recompuesto unos 800 escritos de entre varios miles de fragmentos, puesto que son muy pocos los documentos que han llegado completos. Hay fragmentos de todos los libros del Antiguo Testamento (excepto Ester), de muchos libros judíos no canónicos ya conocidos y de otros hasta entonces desconocidos. Han aparecido también un buen número de escritos propios del grupo sectario de esenios que se había retirado al desierto. Los documentos más importantes sin duda son los textos de la Biblia. Hasta el descubrimiento de los textos de Qumrán, los manuscritos en hebreo más antiguos que poseíamos eran de los siglos IX-X d.C., por lo que cabía sospechar que en ellos se hubiesen mutilado, añadido o modificado palabras o frases incómodas de los originales. Con los nuevos descubrimientos se ha comprobado que los textos encontrados coinciden con los medievales ya conocidos, aunque son casi mil años anteriores, y que las pocas variantes que presentan coinciden en gran parte con las ya atestiguadas por la versión griega llamada de los Setenta o por el Pentateuco samaritano. Otros muchos documentos han contribuido a demostrar que había un modo de interpretar la Escritura (y las normas legales) diferente al habitual entre saduceos o fariseos. Entre los textos de Qumrán no hay ningún texto del Nuevo Testamento ni ningún escrito cristiano. En algún momento se ha discutido si algunas palabras escritas en griego sobre dos pequeños fragmentos de papiro allí encontrados pertenecían al Nuevo Testamento, pero actualmente la mayoría de los expertos consideran que no son textos cristianos. Tampoco parece que en el Nuevo Testamento haya influencias de los textos aparecidos en Qumrán. Hoy los especialistas están de acuerdo en que Qumrán no influyó nada en la enseñanza y vida del cristianismo primitivo, pues el grupo del mar Muerto era sectario, minoritario y apartado de la sociedad, mientras que Jesús y los primeros cristianos vivieron inmersos en la sociedad judía de su tiempo y dialogaron con ella. Esos documentos sobre todo han servido para aclarar algunos términos o expresiones habituales en aquella época. En la primera mitad de los noventa se propalaron dos formidables mitos que hoy están plenamente diluidos. Uno, que los manuscritos contenían doctrinas que contradecían o al judaísmo o al cristianismo y que, en consecuencia, el Gran Rabinato y el Vaticano se habían puesto de acuerdo para impedir su publicación. Ahora todos los documentos han sido editados y es evidente que las dificultades de publicación no eran de orden religioso, sino de orden científico. El segundo era de mayor calado, porque se presentó con visos científicos. Una profesora de Sydney, Barbara Thiering, y un profesor de la State University de California, Robert Eisenman, publicaron varios libros en los que comparando los documentos qumránicos con el Nuevo Testamento afirmaban que unos y otros están escritos en clave, y por tanto no dicen lo que dicen, sino que hay que descubrir su significado secreto. Pretendían demostrar que el Maestro de Justicia, fundador del grupo de Qumrán, habría sido Juan el Bautista y su oponente Jesús (según B. Thiering), o que el Maestro de Justicia habría sido Santiago y su oponente Pablo. Se basaban en que hay personajes mencionados en los documentos de Qumrán con términos cuyo significado se nos escapa: por ejemplo, el Maestro de Justicia, el Sacerdote impío, el Mentiroso, el León furioso, los buscadores de interpretaciones fáciles, los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, la casa de la abominación, etc. Actualmente ningún especialista admite tales afirmaciones. Si no conocemos el alcance de esta terminología no es porque contenga doctrinas esotéricas, sino porque nos falta información. Es evidente que los contemporáneos de los qumranitas estaban familiarizados con estas expresiones y que los documentos del mar Muerto, si bien contienen doctrinas y normas diferentes de las mantenidas por el judaísmo oficial, no tienen ninguna clave secreta ni esconden teorías inconfesables. En conjunto los manuscritos de Qumrán son una fuente inestimable de datos sobre el ambiente religioso y social del siglo I d.C., de gran ayuda para comprender mejor el mundo judío tan plural en que nació el cristianismo.»
«Pregunta 44. ¿Qué es la biblioteca de Nag-Hammadi?
“Es la colección de trece códices de papiro con tapas de cuero que fueron casualmente descubiertos en 1945 en el alto Egipto, junto a la antigua aldea de Quenoboskion, a unos diez kilómetros de la moderna ciudad de Nag-Hammadi. Actualmente se conservan en el Museo Copto de El Cairo, y se suelen designar con las siglas NHC (Nag-Hammadi Codices). A la misma colección se suelen unir otros tres códices conocidos desde el siglo XVIII que se encuentran en Londres (Codex Askewianus, normalmente conocido como Pistis Sophia), Oxford (Codex Brucianus) y Berlín (Codex Berolinensis). Estos tres códices, aunque son más tardíos, proceden de la misma zona. También el recientemente editado Evangelio de Judas es de la misma corriente. Los NHC fueron confeccionados hacia el año 330 y enterrados a finales del siglo IV o principios del V, al parecer para evitar su destrucción por parte de alguna autoridad eclesiástica. Esos códices contienen unas cincuenta obras escritas en copto—la lengua egipcia hablada por los cristianos de Egipto y escrita con caracteres griegos—, que son traducciones del griego, a veces no muy fiables. Casi todas las obras son de carácter herético y reflejan distintas tendencias gnósticas que, en general, ya eran conocidas porque las combatieron los Padres de la Iglesia, especialmente San Ireneo, San Hipólito de Roma y San Epifanio. La principal aportación de esos códices es que ahora tenemos acceso directamente a las obras de los propios gnósticos y se puede comprobar que, efectivamente, los Santos Padres conocían bien aquello a lo que se enfrentaban. Desde el punto de vista literario, en NHC están representados los géneros más diversos: tratados teológicos y filosóficos, apocalipsis, evangelios, oraciones, hechos de apóstoles, cartas, etc. A veces los títulos no están en el original, sino que han sido puestos por los editores atendiendo al contenido. Respecto a las obras que llevan como título «evangelio», hay que observar que se parecen muy poco a los evangelios canónicos, ya que no presentan una narración de la vida del Señor, sino las revelaciones secretas que presuntamente Jesús hizo a sus discípulos. Así por ejemplo, el Evangelio de Tomás trae ciento catorce dichos de Jesús, uno detrás de otro, sin más contexto narrativo que algunas preguntas que a veces le hacen los discípulos; y el Evangelio de María [Magdalena] narra la revelación que Cristo glorioso le hace a ella sobre la ascensión del alma. Desde el punto de vista de las doctrinas contenidas, los códices incluyen en general obras gnósticas cristianas; aunque en algunas, como el Apócrifo de Juan—una de las más importantes ya que se encuentra en cuatro códices—, los rasgos cristianos parecen secundarios respecto al mito gnóstico que constituye su núcleo. En este mito se interpretan al revés los primeros capítulos del Génesis, presentando al Dios creador o Demiurgo como un dios inferior y perverso que ha creado la materia. Pero en los códices hay también obras gnósticas no cristianas que recogen una gnosis greco-pagana desarrollada en torno a figura de Hermes Trimegisto, considerado el gran revelador del conocimiento (Discurso del ocho y el nueve). Este tipo de gnosis ya se conocía en parte con anterioridad a los descubrimientos. Incluso en NHC VI se recoge un fragmento de La República de Platón. A pesar de la notable variedad en género literario y contenido de los libros de esa Biblioteca, el rasgo común es que se trata de obras que sirven para la especulación religiosa-filosófica y que son ajenas a las utilizadas en la cristiandad católica.»