343. Sogres, cunyats i altres estereotips (1)
La Irene Vallejo amb el seu darrer article ens ilumina de nou. De títol «Elogio de la suegra», recupera fragments de clàssics i ens ajuda a reflexionar sobre la nostra quotidianitat.
“Mucho antes del actual descrédito de la clase política ya era costumbre despotricar contra la familia política. Atávicamente, acogemos con suspicacia los parentescos sobrevenidos. La incorporación más reciente a esta nómina es el cuñado, orador de sobremesa convertido en paradigma del tipo insoportable con recetas infalibles para cualquier dilema. El cuñadismo —hoy, una categoría mental— es el último eslabón de un recelo con milenios de historia.”
Tot i que l’article va sobre sogres, m’aturo breument en la figura del cunyat amb que s’inicia: tot un estereotip a casa nostra. Als espanyols, als catalans, arreu ens agraden els estereotips, ens fan riure, però alhora els entenem com a molt reals. En la generalització està la culpa, sí, ii els prejudicis són també fàcils d’aparèixer i difícils d’esborrar. Potser no fem més que repetir allò que veiem o critiquem i acabem perpetuant estereotips, no sé: els estereotips tenen una doble vessant complexe. De seguida em ve a la memòria la sèrie «Aquí no hay quién viva»: esbojarrada successió de paranoies i esperpents de la casta espanyola que m’acaben semblant molt reals. La societat espanyola és molt caricaturitzable (que li demanin al Santiago Segura, que és un crack reproduint escenes on ens reconeixem), i em pregunto si les altres també ho són. A la vista de comèdies franceses o italianes costumbristes amb les quals a casa hem rigut molt, imagino que no som únics. El cunyat i la sogra (de la que ara parlarem) són dos caricatures que ens permeten també fer-nos preguntes de nosaltres mateixos.
“La víctima más antigua de este prejuicio es, sin duda, la suegra, cuyo desprestigio remonta a sociedades donde las recién casadas dejaban su hogar para vivir en la casa del marido. Se creía que la joven esposa estaba condenada a enemistarse con la matrona, idea abonada por otra ancestral creencia: la eterna rivalidad entre mujeres, incapaces de crear vínculos de colaboración. Hace 23 siglos, el dramaturgo romano Terencio estrenó su comedia La suegra. En ella, Sóstrata es acusada —sin causa— de haber provocado la ruptura entre su hijo y Filomena, su atormentada esposa. Cuajada de secretos e intrigas, la obra reflexiona sobre la ligereza con que todos endilgan la culpa a Sóstrata, y da voz a su queja: “No es fácil justificarse: todos están convencidos de que todas las suegras son malvadas”. El tópico sigue tan vivo que, a principios del siglo pasado, inspiró el nombre de un juguete, el matasuegras, así llamado en alusión —dicen los lexicógrafos— a la lengua larga y venenosa de las madres políticas.
Uno de los libros más conmovedores de la Biblia narra precisamente la honda amistad entre dos mujeres de distinta sangre: Noemí y su nuera Rut. Al quedar las dos viudas, Noemí decide volver a Belén, su ciudad natal, y anima a la moabita Rut a regresar junto a su madre. Pero Rut responde: “No insistas en que te deje: donde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios”. Extranjera y pobre, Rut sale a espigar tras los segadores. El rico propietario de los campos se enamora de ella y le ofrece matrimonio. Cuando les nace un hijo, Noemí, que no es pariente del bebé, lo mece en su regazo, haciendo de nodriza. Las mujeres de Belén le dicen: “Este niño será el consuelo de tu vejez, pues te lo ha dado tu nuera que tanto te ama”.
La ridícula caricatura de la suegra parece obviar que hoy la sociedad se tambalearía sin los cuidados y el afecto generacional que trenzan las abuelas con sus nietos. Una arista callada y particularmente dolorosa de la pandemia que sufrimos es la separación forzosa de los niños y sus abuelos. Como un distópico flautista de Hamelín, el virus ha arrebatado a los mayores la infancia de los más pequeños, abriendo ausencias y distancias.”