478. Els bàrbars no ho eren tant (1)
Un company de feina ben il·lustrat m’aconsella la lectura del llibre “Europa ante el espejo” de Josep Fontana. Em deixa una edició del 2017, tot i que el llibre fou publicat per primera vegada l’any 1994. No és pas un llibre que gaudeixi especialment perquè la seva temàtica en general no m’atrau, però una vegada l’enllesteixo i reviso les notes que he pres, reconec que la seva lectura ha valgut la pena. El llibre és una crítica ferotge a la visió homogènia, subjectiva i interessada de la història que hem rebut i que acceptem com a bona, i un crit d’alerta contra una visió etnocentrista i, en aquest cas, europeísta, de la història de les civilitzacions. Jo n’era conscient d’aquesta visió, però és que el llibre aprofundeix amb molt contingut i arguments en aquesta idea. Que ens mirem més el melic que qualsevol altra cosa és quelcom que fem a nivell individual i, pel que sembla, també col·lectiva i socialment. Cada dia, a cada passa, és important recordar-nos que la realitat que experimentem no necessàriament és únicament com la percebem o la interpretem. I això val per a la nostra vida quotidiana, davant d’un conflicte o davant de l’anàlisi de qualsevol fet que vivim.
Dit això anem per les notes que he pres del llibre i que penso que val la pena subratllar aquí. En transcric alguns fragments que trobo interessants. Del primer capítol “El espejo bárbaro” en trec, per exemple, que he crescut amb el pensament que les cultures importants en la nostra història per la seva herència rebuda foren només la grega i la romana, i que moltes altres cultures i pobles les coneixem conjuntament com pobles bàrbars: la connotació ja diu molt del respecte i consideració de la nostra història. Potser no foren ni tan bàrbars ni tan poc importants. Transcric aquí un parell de fragments a propòsit d’aquesta idea.
“El contraste entre la libertad griega y el despotismo asiático (lo que se ha llamado los bárbaros) era en gran medida ilusorio. Como ha dicho Momigliano: “Para los griegos en general la libertad no estuvo nunca ligada al respeto de la libertad ajena”. La imagen tópica de una “polis” griega habitada por ciudadanos libres que participaban colectivamente en el gobierno no es más que un espejismo que oculta el peso de la esclavitud, la marginación del campesino (enmarcarada por una falsa contraposición entre la ciudad “culta” y el campo “atrasado”), la subordinación de las mujeres (consideradas inferiores hasta el punto que Aristóteles, que estaba convencido de que tenían menos dientes que los hombres, les asignaba un papel meramente pasivo en la concepción, como “incubadoras” del poder reproductor del varón). Así como la división real entre ciudadanos ricos y pobres.
La “democracia” ateniense jamás pretendió ser igualitaria y no le dio al pueblo más poder que el mínimo estrictamente necesario. La “democracia” por la que los atenienses luchaban significaba poco más que el privilegio que permitía a un pequeño grupo de ciudadanos con plenos derechos políticos -tal vez la décima parte de la población del Ática- “deliberar en asamblea los asuntos de estado y elegir por sorteo los magistrados, con el fin de que cada uno tuviese, en su momento, una parte del poder” (el propio Heródoto era en Atenas un extranjero carente de tales derechos). Palabras como “libertad” y “democracia” no tenían para los griegos el mismo sentido que para nosotros.”
“Los orígenes de la escritura parece que deben buscarse en las pequeñas piezas de arcilla mesopotámicas que se encerraban en bolas huecas de barro, sobre cuya superficie exterior se grababan marcas y sellos. Este sistema se simplificó al reemplazae las bolas por tablillas macizas con signos incisos, en un primer paso estrictamente pictográfico que se limitaba a representar cifras y objetos, hasta que hacia el 3200 aC aparecieron los primeros documentos realmente escritos, cuando los valores fonéticos de los pictogramas se usaron y combinaron para representar conceptos que no podían pintarse facilmente, como los verbos. Hacia el 2600 aC se había consolidado una escritura cuneiforme que permitía transcribir textos complejos y que fue adoptada por los pueblos vecinos, a la vez que el idioma babilónico se convertía en lengua internacional de relación y de cultura.
El sistema ideado inicialmente por los sumerios sirvió de modelo para un gran número de formas de escritura posteriores, adaptadas a otras lenguas, en un ámbito que va desde Creta al Indo y desde el mar Negro a Arabia. Pero sería en Fenicia, una encrucijada por donde pasaban todas las corrientes comerciales y culturales –y donde se conocían los más diversos tipos de escritura- donde se realizase un avance decisivo al inventar un nuevo método, adaptado al habla semítica de sus pobladores, en que cada signo representaba un solo sonido consonántico, y que adoptaba, además, formas lineales, mas adecudas para dibujarlas sobre papiro que los signos cuneiformes usados en la arcilla. Los griegos, que en la catástrofe que arruinó la cultura micénica habían perdido el conocimiento de la escritura (el llamado lineal B), adoptaron hacia el año 800 aC el corto y práctico alfabeto de los fenicios (y tomaron con él tanto el nombre de “alfabeto” como la palabra que designa la hoja de papiro, byblos, de la que deriva buena parte de la terminologia que usamos todavia hoy en relación con el libro), y lo enriquecieron a su vez con los signos que representaban las vocales, lo que era un paso muy importante para su adaptación a lenguas distintas de las semíticas (que, como el árabe y el hebreo, siguen usando hoy sistemas de escritura basados en la representación de las consonantes). El alfabeto reelaborado por los griegos sirvió de base para el etrusco (que a su vez podría haber sido el modelo de la escritura rúnica que se mantuvo en Escandinavia hasta la Edad Media), para el latino que usamos nosotros y para el cirílico de los eslavos. El alfabeto ha nacido, pues, de una serie de interacciones culturales en las zonas de tránsito del Mediterráneo oriental.
Lo dicho en el caso de la escritura vale, seguramente, en otros muchos terrenos -los de la geometría, la astronomía o la medicina, por ejemplo- donde los griegos no deben considerarse ni como “inventores” ni como meros “traductores”, sino los protagonistas de una etapa de perfeccionamiento en el desarrollo de actividades científicas que otros iniciaron, y que otros seguirían desarrollando más tarde.”