515. Còpies del Nou Testament
Estic embrancat en la lectura d’un nou llibre sobre el Nou Testament del cristianisme que em ve de gust llegir amb calma. És un llibre fet per historiadors i no per teòlegs que està editat per Antonio Piñero. En una llarga introducció general dedica un parell de pàgines a comentar les fonts més o menys originals que tenim d’aquests textos. I em sembla prou interessant per fer-ne ressó: només com a cultura general.
“La lengua de los autores del Nuevo Testamento es la llamada “koiné”, o idioma común griego, empleado sobre todo en el Mediterráneo oriental en la época que va desde el siglo IV aC hasta bien entrado el siglo V dC, por múltiples pueblos integrados dentro del Imperio romano, de orígenes étnicos diversos. En Roma misma, la lengua griega helenística era de uso común en capas elevadas de su población en el siglo I, por lo que toda persona que se considerara culta debía conocerla suficientemente. El uso de este idioma y no el arameo occidental, por ejemplo, la lengua materna de Jesús sin duda, tiene su importancia para el Nuevo Testamento, porque con el lenguaje va unida una cierta visión del mundo y su interpretación.
No conservamos la versión que salió de la pluma de ninguno de los autores de las veintisiete obras del Nuevo Testamento, sino que el texto griego que traducimos está basado en copias de copias, con las alteraciones que ello supone. Los originales se han perdido, al parecer, irremisiblemente. Pero de esas copias de copias conservamos en su conjunto más de cinco mil, sobre todo en pergamino, y entre ellas hay 129 papiros, algunos muy antiguos.
Estos manuscritos -que muchos denominan “testigos” del Nuevo Testamento- se dividen en unciales, minúsculos y leccionarios. Los unciales están escritos en letras capitales o mayúsculas; suelen presentar un texto seguido, sin separación de palabras, y los signos de puntuación o división de párrafos son muy escasos y arbitrarios. Los unciales suman un total de unos trescientos manuscritos, de los que solo unos pocos provienen de inicios del siglo IV. Los minúsculos están escritos en letra cursiva o minúscula. Casi todos proceden del siglo IX en adelante. Suman unos 2800. Los leccionarios son textos que contienen una selección de pasajes de la Biblia hebrea y del Nuevo Testamento utilizados para las lecturas en las funciones litúrgicas. Los hay escritos en mayúsculas y en minúsculas, pero no existen para el libro de la Revelación/Apocalipsis. Los leccionarios son unos dos mil.
Muy importantes para reconstruir el texto del Nuevo Testamento son los papiros, casi todos procedentes de Egipto, y van desde los inicios del siglo III hasta el VII. Son casi 130. Hay dos colecciones importantes de ellos. La primera, denominada Chester Beatty por el nombre de su comprador hacia 1930, se halla en el museo Beatty de Dublín. La segunda, denominada Papiros Bodmer, también por el nombre de su comprador, Martin Bodmer, de Coligny, al lado de Ginebra, donde se conservan.
Uno de los bloques más antiguos del Nuevo Testamento son los restos de P45, de la colección Beatty, que tenían unas doscientas veinte páginas y contenía los cuatro evangelios y Hechos de Apóstoles, pero del que solo quedan unas seis páginas de Marcos, siete de Lucas y quince de Hechos. Se cree que procede del primer cuarto del siglo III. Otro papiro Beatty famoso es el P46, que contenía el corpus paulino, incluído Hebreos y 2 Tesalonicenses. Es quizá más antiguo que el anterior, de en torno al año 200. Desgraciadamente se han perdido grandes porciones de Romanos y 1 Tesalonicenses, y 2 Tesaonicenses se ha perdido en su totalidad. El P47, también de la colección Beatty, es importante porque contiene restos de la Revelación de Juan. Se cree que es posterior cronológicamente a los dos anteriores, quizá del final del siglo III.
El texto más antiguo del Nuevo Testamento es P52, conservado en la John Rylands Library de Manchester. Es muy pequeño, como un sello de correos de gran tamaño, con el texto de Jn 18, 31-33.37.38, mutilado ciertamente, pero reconocible sin duda y muy parecido al que hoy se reconstruye como original. Se fecha en torno al año 150, lo que significaría una distancia de solo cincuenta años respecto al texto del autor. Por ello es importantísimo a pesar de su pequeñez. Es un indicio de que el texto de los evangelios se fue transmitiendo con exactitud.
Otros de los importantes papiros son el P66 (con textos del cuarto Evangelio) y el P75 (con el texto de Lucas y Juan), ambos de la colección Bodmer. El segundo suele fecharse entre 175-225.
El total de variantes de este ingente número de testigos textuales suma más de 500.000. La mayoría, sin embargo, no son importantes, pues son prácticamente solo variaciones ortográficas, gramaticales, de orden de palabras o de estilo (unas 300.000). El resto sí lo son, aunque solo una minoría, que quizá no llegue a las doscientas, puede afectar de algún modo al dogma cristiano.
Como complemento al texto de los manuscritos directos, la crítica textual neotestamentaria tiene a su disposición antiguas traducciones a lenguas de las distintas iglesias de la primera época del cristianismo: versiones al latín (Italia, norte de África, Hispania, Galia), siríaco, copto (Egipto), gótico (tierras germánicas), etíope, etc. A este conjunto hay que añadir el inmenso número de citas del Nuevo Testamento que pueden recogerse de las obras de los denominados “Padres de la Iglesia” desde los siglo II al IV/V.
El formato de estos “testigos” del Nuevo Testamento es muy uniforme. Aunque las copias más antiguas debían de tener el formato de rollo, lo cierto es que no se ha conservado ninguno. Todos los manuscritos descubiertos del Nuevo Testamento, incluso los más antiguos, tienen ya el formato de códice o libro. La inmensa mayoría de los testigos son incompletos. Solo tres unciales o “mayúsculos” (códice Sinaítico, códice Alejandrino y Codex Ephraemi rescriptus) y 56 “minúsculos” contienen el texto completo del Nuevo Testamento. Dos unciales y unos ciento cincuenta minúsculos no tienen la Revelación. Los evangelios se encuentran en unos 2400 manuscritos; los Hechos de los Apóstoles y las llamadas epístolas católicas en unos 660; los que conservan las cartas de Pablo se acercan a los 800, y los de la Revelación solo a 300. Respecto a su fecha de copia puede decirse que el 65% proceden de los siglos XI al XIV, mientras que menos del 3% procede de los cinco primeros siglos.”