898. Religió i/o Evangeli (4)
Més reflexions al voltant del llibre.
Segur que molts sabeu que a Jesús l’encantava envoltar-se de nens i els posava com a exemple de senzillesa, puresa, ingenuïtat, frescor, apertura... però menys persones tenen al cap l’estatus que tenien els nens fa dos mil anys, molt diferent a l’actual. Conèixer el simbolisme dels nens o el fet de demanar que els seus seguidors que anessin descalços dóna a les paraules de Jesús de Natzaret un valor addicional en el segle XXI.
“Si alguno quiere ser el primero, que se ponga el último y se haga el siervo de todos”. Esto es literalmente romper con la fijación que todos tenemos en nuestro propio yo. Una fijación que nos hace apetecer constantemente -y sin darnos cuenta- ser el que lleva razón, el más importante, el primero, el que está por encima de los demás en las cosas que más valoramos y que más intensamente apetecemos. Es la apetencia la que nos moviliza. Y lo peor de todo, en un asunto tan capital como éste, es que lo vivimos tan intensa como inconscientemente.
Por eso Jesús, allí mismo y en aquel momento, “tomó a un niño, lo colocó en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: Quién reciba a uno de estos niños en mi nombre, a mi me recibe. Y quien me recibe a mí, recibe al que me envió.” Para comprender lo que dijo Jesús, al poner a los niños como modelo -con los que se identificaba-, es indispensable tener presente que las palabras “país” y (su diminutivo) “paidion” podían significar “esclavos” y, en todo caso, los niños carecían de derechos, eran seres insignificantes. Hasta extremos inimaginables para nosotros. Un niño se podía abandonar, vender como esclavo y hasta tirarlo a un estercolero si era un bebé.
Dicho esto, se comprende fácilmente que Jesús exigía a sus seguidores algo que es indeciblemente más básico, fuerte y radical que dar la propia riqueza a los pobres, quedarse sin familia y sin casa: seguir a Jesús es arrancar de nosotros mismos nuestra fijación en el propio yo.
Podemos ser tan generosos que estemos dispuestos al “despojo” de lo que poseemos (familia, casa, bienes, títulos…). Pero la generosidad total consiste el “despojo del propio yo”, el despojo total de sí mismo.”
Així ens adonem que per estimar al proïsme cal alliberar-nos de l’ego. Descobrir que el missatge de Jesús inclou una negativa a l’ego més vertebradora que conseqüent m’alegra molt, perquè la meva batalla personal contra l’ego va començar ja fa uns quants anys i sempre he sentit que quan menys em mirava el melic millor persona esdevenia. Fa dos mil anys els primers cristians ja tenien clar que concentrar la seva atenció en els darrers, els marginats, els esclaus era allò que els acostava a Déu, era allò que els feia millors persones: vaig endarrerit i no ho faig prou bé.
L’autor més endavant recupera la confrontació Religió i Evangeli i ho fa des dels temps de Jesús, mostrant la separació inevitable entre el judaisme previ a Jesús i el que ell va reinterpretar recollit a l’Evangeli. Entre les paràboles de Jesús que recupera aquí l’autor estan la del bon samarità i la del ric i el pobre Llàtzer. En el primer cas, una jueu desvalgut només l’ajuda un samarità i no pas els sacerdots jueus que han passat abans pel seu costat i l’han considerat impur; en la segona el pobre i malalt de lepra Llàtzer (que esperava poder menjar les restes que queien de la taula d’un ric que no li feia ni cas) va al cel (i el ric a l’infern):
“En tiempos de Jesús, los judíos y los samaritanos estaban enfrentados, porque los judíos tenían su templo en Jerusalén, mientras que los samaritanos tenían su santuario en el monte Garizín. Esto era causa de mutuo desprecio. Por eso Jesús dijo de forma tajante: “ha llegado la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad.” La verdadera adoración a Dios se hace ante cada ser humano, ya que Dios se ha humanizado. Y la verdadera adoración que Dios quiere y acepta es el respeto, la convivencia más profundamente humana y bondadosa, la ayuda mutua y el amor siempre fiel a los demás, sean quienes sean.
Lo que nos enseña la parábola del buen samaritano es que nuestro prójimo, al que primero y ante todo tenemos que atender, no es el que nos propone la Religión, sino el que nos manda Jesús en el Evangelio. O sea, lo primero en la vida no es someterse a la Religión, sino remediar el sufrimiento humano. (También) es destacable la parábola del rico epulón (un tipus de sacerdot romà) y el pobre Lázaro: un relato repugnante, que no es la historia de dos hombres, sino el contraste brutal y odioso de la riqueza junto a la pobreza.”